Actuar frente a las rabietas
Azucena Ponce
Todos nos podemos imaginar una situación en la que la rabieta de un niño nos supone pasar un momento más que difícil. Tanto si es en público como si es en privado nos surgen muchas cuestiones: ¿qué debo hacer ahora?, ¿me marcho?, ¿le intento tranquilizar?, ¿qué es lo más conveniente?, ¿qué pensará de mi esta gente que no para de mirar?…
A todos nos gustaría actuar de la mejor manera posible pero son muchos factores los que están condicionando nuestra respuesta: el cansancio, si es una rabieta puntual o le ocurre a menudo, si es en un lugar público o en el domicilio, si vamos solos o acompañados, nuestro concepto de educar a nuestros hijos… Por todos estos motivos, os ofrecemos unas claves que pueden funcionar a la hora de manejar una rabieta.
Queremos, en primer lugar, diferenciar entre aquellas situaciones en las que el niño sufre una angustia por separación y las que se producen por un “capricho” del pequeño. Con las primeras el comportamiento del adulto a de ser de comprensión y acompañamiento, contacto físico y cercanía. Pongamos el ejemplo de la adaptación a la escuela. En numerosas ocasiones, los primeros días el niño llora, no quiere que nos vayamos y se produce un momento de despedida dramático. Aquí la actuación por parte del adulto, la profe en este caso concreto, debe ser de comprensión, abrazo, distracción y consuelo. Por estos motivos, se recomienda siempre que padres y niños hagan una adaptación paulatina al centro escolar, que la profesora se convierta en figura de apego. Este tema es muy extenso, por lo que le dedicaremos otro artículo específicamente. Vamos a desarrollar aquí por qué se producen las rabietas que hemos denominado por “capricho”, cómo reaccionar ante ellas y cómo podemos ayudar a gestionar las emociones de los pequeños.
Normalmente, las rabietas comienzan a producirse alrededor de los 2 años. Los niños a partir de esta edad comienzan a tener una mayor independencia, debido a sus avances motrices y psicológicos, y cambian de actividad según sus propios intereses. Por este motivo, en numerosas ocasiones no aceptan que los padres le impongan un cambio de actividad (dejar de jugar para cenar o ir a dormir) o que se les diga que NO a algo que desean en ese momento. Cuando esto se produce, la incapacidad del niño para poder expresar sus sentimientos, pensamientos y frustraciones hace que estalle la rabieta. En realidad, la rabieta es una forma de expresión de una persona que aún no ha desarrollado las habilidades necesarias para hacerlo de otra forma. Desde este punto de vista hay que entender estos comportamientos. A medida que la capacidad del pequeño va aumentando con su desarrollo del lenguaje, cognitivo, moral… el número de estas situaciones disminuirán. Además, debemos aportarles un modelo coherente de afrontamiento de conflictos por parte de los padres y adultos. Es importante, por tanto, facilitar al niño toda una serie de herramientas que le permitan gestionar sus emociones de otra forma.
Pero, ¿qué debemos hacer ante una rabieta?
* Evitar ponernos agresivos y gritar. Mantener la calma y firmeza es un punto clave. Los adultos somos los encargados de calmar esta situación no de crear más tensión todavía. Con esta actitud transmitimos al niño seguridad, una actitud más efectiva para resolver los conflictos. Si el niño aprende que para que la rabieta cese los padres le conceden lo que le habían negado, se convierte en un comportamiento útil para conseguir su propósito. Además, nuestra credibilidad se pone en entredicho porque lo que antes era un “no” ahora es un “sí”.
* Hacerle saber con frases cortas por qué no ocurre lo que desea. Por ejemplo, entiendo que te enfades pero no podemos hacer esto ahora porque es momento de dormir, o, no podemos comprar esto porque en casa tenemos otro igual, cuando te calmes y dejes de llorar lo hablamos. Es muy importante que le hagamos saber por qué no le damos lo que desea. Importante, frases cortas y sencillas que el niño entienda. El diálogo comenzará cuando se calme y no en este momento, así que intentaremos ser claros y directos, desde la tranquilidad.
* Ignorar la conducta y continuar con lo que se estaba haciendo o iniciar otra actividad. En este punto ten cuidado de que el pequeño se encuentra en un lugar seguro, sin esquinas, escaleras… para que no pueda dañarse. Si no es así, trasládale a un lugar seguro y que allí termine de desahogarse. No le pierdas de vista, tampoco es aconsejable que pase el trago solo, podemos estar cerca pero continuando con lo que estábamos haciendo. Cada cierto tiempo le preguntamos, ¿te has calmado ya?, venga cariño relájate un poco… Seguramente te conteste que sí enseguida.
* Una vez concluida la rabieta es el momento de dialogar. Cuando el niño se calme es el momento de la comprensión y la explicación. Hay que evitar regañarle y reprocharle su comportamiento, vamos a tener en cuenta solamente que ha sido capaz de calmarse y superar la situación. Por ejemplo, comprendo que no te guste pero hay cosas que debemos hacer, ya sabes que has estado jugando durante todo el día y ahora es el momento de ir a dormir porque hay que descansar para mañana poder tener fuerzas, ¿no querías irte tan pronto?, si no hablamos y me lo dices pues no entiendo lo que quieres… venga, vamos a bañarnos. Es muy importante transmitir la importancia del diálogo a la hora de expresar sentimientos y pedir ayuda.
Quizás os haya pasado alguna vez que el niño con otra persona se comporta de manera diferente, no tiene rabietas y parece más obediente. Bien, seguramente la manera de actuar de este adulto sea la adecuada para transmitir todas estas claves de las que hablamos. Normalmente las rabietas son pasajeras si actuamos de manera consistente y segura. Los niños aprenden muy rápido qué conductas son más adecuadas para conseguir las cosas.
Si las rabietas aumentan su frecuencia y, a medida que el niño se hace mayor, las sigue teniendo de manera reiterada para conseguir sus propósitos, debemos plantearnos si lo estamos haciendo bien. Reflexionemos sobre los modelos que les estamos transmitiendo, las herramientas para gestionar sus emociones que les proporcionamos (sobre todo el diálogo y la comprensión) y caigamos en la cuenta de que, en la mayor parte de las ocasiones, el problema está en nosotros, en nuestra forma de enfrentar estas situaciones. Las rabietas han de afrontarse con calma y seguridad, desde la razón y el sentido común. Comprendamos que es una manera de expresarse que ha de cambiar con su desarrollo, ¡acompañémoslos en esta tarea!
Azucena Ponce