La peque se marcha al pueblo un par de días con sus tíos, primas y abuelos. Para nosotros es nuestra primera vez… nunca antes habíamos pasado más de una noche separados.

 “¡Mamá que me voy al pueblo! Vosotros no podéis venir porque tenéis que trabajar, ¡así que ayúdame a preparar la bolsa!”  Qué ilusión tiene, y es que muchas veces no les invitamos a  hacer determinadas cosas, por nuestros miedos, nuestras inseguridades… Porque llega una edad en la que no está mal descansar de los padres, de sus normas, su estilo de educar…, dejarles que exploren en otras personas, otras relaciones, otros estilos de vida. Echar de menos, no está mal tener la posibilidad de añorar a alguien por un tiempo ¿no?

Y el apego, ese lazo invisible que nos une a kilómetros. Dicen que un apego seguro es aquél que permite a uno explorar sin miedo, ir y volver, seguro de sí mismo y del que le espera siempre con los brazos abiertos. Una muestra de que no vamos muy mal nos lo ha demostrado con esta iniciativa de viajar sin nosotros.

¡Qué mezcla de sentimientos! Quizás parezca un poco blandita, supongo que será la falta de costumbre, pero me siento rara. Por un lado pienso en todo el tiempo libre para hacer o no hacer nada; y por otro en lo vacía que se queda la casa sin ella.

Así que vamos a aprovechar para coger aire y recordar cómo era nuestro día a día, nuestra pareja: salir a cenar a un restaurante “de mayores”,  tumbarnos en el sillón con manta y peli “de mayores”, dormir una gran sieeeeessssta y, como no, pensar mucho en ella.